¿Por qué Bécquer?

"La noche de difuntos me despertó, a no sé qué hora, el doble de las campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.
       Intenté dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca, y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato, me decidí a escribirla, como, en efecto, lo hice."

Así empieza El Monte de las Ánimas, la primera leyenda de Bécquer que mi abuela me pidió que le leyera, y la que, siguiendo esa tradición familiar en la que me inició ella, procuro releer todas las noches de difuntos a la luz de las velas. Había en su casa un librito pequeño de tapas verdes; una edición de las Rimas y Leyendas de la Colección Crisol que me tenía fascinada. Cada vez que iba a visitarla, lo cogía a escondidas y lo ojeaba una y otra vez, y cada día me paraba en una rima distinta. Y hoy, que mi abuela ya no está, conservo ese librito como uno de mis mayores tesoros.

La mayoría de la gente que me conoce sabe lo que cualquier lector de este blog puede haberse imaginado solo con leer el nombre de este y la presentación, que es que estoy lo que podría decirse "algo obsesionada" con Bécquer. Lo que no sabe tanta gente es de dónde viene ese amor por el poeta, así que ahí va el que probablemente será el post más personal e íntimo de este blog.

Hace ya bastantes años, cuando estaba yo en primero de Bachillerato en el instituto público de mi pueblo (Cassà de la Selva, Girona, por si a alguien le suena), iba todos los días a comer a casa de mi abuela. En sus últimos años de vida fue perdiendo la vista por un problema médico hasta quedarse casi ciega, y la que una vez fue una gran lectora tuvo que dejar de leer, así que de vez en cuando me pedía que le leyera cosillas en voz alta. ¡Qué grandes momentos aquellos, y con cuánto cariño conservo esos recuerdos!

Yo ya estaba familiarizada con Bécquer. El primer poema suyo que leí fue la Rima LIII (la de las golondrinas), que aparecía en un libro de lengua del colegio, y me cautivó desde el minuto uno. Fue mi primer acercamiento a la poesía, una afición que ya no me abandonaría nunca. Y cuando llegué a primero de Bachiller ya había leído y releído varias veces las rimas becquerianas, así que cuando nos plantearon la elección de un tema para el trabajo de investigación, no dudé en elegir la poesía de Bécquer. Para los que no estáis familiarizados con el sistema educativo en Cataluña, durante los dos cursos de Bachillerato los alumnos desarrollan un trabajo de investigación sobre un tema a su elección (Treball de Recerca, en catalán), que supone un 10% de la nota global de bachiller, y que sigue una estructura similar a un trabajo de fin de carrera, con la pertinente defensa ante un tribunal y una memoria escrita. Una especie de Trabajo de Fin de Bachiller, si se quiere.

Mi tutora de TdR fue la profesora de literatura española, que ha sido, probablemente, la mejor docente de mi etapa de secundaria sin lugar a dudas. Tenía la virtud de saber transmitir el amor por la lectura y la literatura, y de potenciar las querencias que los alumnos demostraban en el aula para encaminarlo a su desarrollo académico. Y fue ella precisamente la que despertó en mí el placer por la investigación, por el estudio en profundidad y por el análisis y la crítica literaria. 

Y al mismo tiempo que iba yo desarrollando ese trabajo, empecé a hablar de Bécquer con mi abuela. Y ella me respondía emocionada recordando con cariño las horas de lectura que le había dedicado, las tradiciones familiares y sus leyendas favoritas. Y empezó entonces a pedirme que le leyera en voz alta lo que sus ojos ya no alcanzaban a disfrutar. Y comencé por las Rimas, claro, porque era lo que a mí más me gustaba. Por algún motivo, nunca me había iniciado en las Leyendas, hasta que ella, consciente del maravilloso mundo que iba a descubrirme, me pidió que leyera El Monte de las Ánimas. Y luego Los ojos verdes. Y La promesa. Y, sobre todo, su favorita: Maese Pérez el organista.

Inma, mi profesora, que conocía a mi abuela y mi afición, supo encauzar aquello en el desarrollo de una curiosidad intelectual, de un afán de conocimiento que fueron los cimientos de mi futura carrera en la investigación académica. Y he ahí el quid de esta cuestión. Fue un acompañamiento que fue mucho más allá de lo propiamente académico, escolar o profesional. Fue una tarea humana, de (re)conocimiento de la persona, de su alumna, que va mucho más allá de la "función docente" número 5 que la LOMLOE expresa en su artículo 91.1.e) como "La atención al desarrollo intelectual, afectivo, psicomotriz, social y moral del alumnado". Palabras que, a mi entender, no expresan en toda su profundidad la grandeza de la tarea docente: la transmisión humana, sincera e, incluso, "idealista", si se quiere, del amor por el conocimiento y el anhelo de sabiduría. Algo de lo que también hablé en otra entrada de este blog.

Mi abuela falleció en 2015, pero hasta casi el final de su vida seguimos compartiendo grandes momentos de lectura, poesías y literatura. Al año siguiente de su fallecimiento yo me cambié de carrera (había empezado Filología Clásica), y me pasé al grado de Estudios Literarios en la Universidad de Barcelona, para cuyo TFG empecé una investigación sobre la literatura ilustrada, que defendí en 2019. Y al curso siguiente, me matriculé en el Máster en Literatura Española y Estudios Literarios en relación con las Artes de la UVa, con la intención de seguir con la investigación que había iniciado con mi TFG.

Y cuando llegó el momento de hacer el TFM, recuperé a mi Bécquer, a nuestro Bécquer. Y, a la vez que analizaba el fenómeno de la literatura ilustrada, preparé como parte del trabajo una edición de las Leyendas con ilustraciones del propio autor, recuperadas de álbumes conservados en la Biblioteca Nacional. (La imagen que acompaña esta entrada es la que elegí para el inicio de El Monte de las Ánimas). Una edición de la que me siento plenamente orgullosa, y que tengo la esperanza de conseguir que vea la luz algún día. Y una edición que no habría sido posible sin mi abuela, sin su naturalidad al transmitirme el amor por el arte y la literatura, ni sin una profesora que hubiera sabido transformar eso en un afán de conocimiento y en el placer para el estudio.

Así que sí, quizá yo tuve la suerte de contar con una familia que se preocupó por alimentar mi afición por la lectura, mis afanes culturales y mis intereses intelectuales. Y qué orgullosa estoy de ello, y cuán agradecida estoy. Pero sería tremendamente injusta si no tuviera también en cuenta a una profesora de literatura que potenció todas esas tendencias y las encaminó, y sin la cual, probablemente, no estaría donde estoy; como mínimo no académicamente. Y quién sabe cuántas cosas más le debo, y de las que no soy consciente.

Así que Inma, si algún día me lees, gracias de corazón por tus clases. 

Y a ti, Baba, un beso enorme al Cielo. Te quiero.


(c) Biblioteca Nacional de España


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