¡Oh, Capitán, mi Capitán!

El club de los poetas muertos es una película que me entusiasmó la primera vez que la vi; su desarrollo me conmovió y el final me sobrecogió. Cuando he hablado con otras personas sobre ella, me he ido dando cuenta de que no es una película que deje indiferente: la gente la odia o le encanta, pero no suele haber puntos medios. Y a mí me pareció magnífica.

Esta película muestra a un profesor de literatura, interpretado por Robin Williams, que empieza a dar clase en el mismo centro donde una vez fue él alumno, un internado inglés muy tradicional, gobernado por normas estrictas y planteamientos pedagógicos autoritarios, verticalistas y férreos.

Él, que es más joven que la mayoría de sus compañeros de profesión, tiene, sin embargo, otros planteamientos metodológicos. Desde un planteamiento de la enseñanza de la literatura que es profundamente humanista y vocacional, no puede menos que escandalizarse ante un enfoque de los estudios literarios de corte muy positivista, que mata cualquier enfoque estético de la literatura.

Y ahí llega la imagen, muy peliculera, que identifica su estilo docente: les manda arrancar el prólogo de sus libros de texto. Los alumnos quedan estupefactados, pero se animan, y llenan la clase de hojas arrancadas, nerviosismo y alborozo general: la literatura ha dejado de ser una disciplina, y se ha convertido en un juego. He ahí el choque de una pedagogía activa ante una pedagogía tradicional; una pedagogía que tiene también mucho de personalista: el objetivo es motivar el interés intrínseco por el arte en aras a desarrollar todo el potencial de cada uno de ellos, a través del desarrollo integral de todas las dimensiones del ser humano: la intelectual, la espiritual, la emocional y la estética.

Por supuesto, esta película tiene un carácter dramático porque pretende mostrar un problema o cuestión universal que afecta al ser humano, que es la muerte de la personalidad por la presión de la autoridad, la cual ha sido ampliamente tratada en el arte. Y lo hace al modo de la tragedia griega; busca la catarsis a través de un acontecimiento trágico. 

Sin embargo, a pesar del dramatismo propio de lo que es, en el fondo, una obra de arte, creo que la película encarna perfectamente lo que yo quiero conseguir como profesora de literatura: conseguir que mis alumnos aprendan a amar la literatura, que me recuerden como alguien que no mató sus sueños o su ilusión por la lectura.

Contribuir, en definitiva, a la formación integral de mis alumnos de forma que les sea beneficiosa, ayudándoles a construir su personalidad y poniendo mi pincelada en su trayectoria educativa, procurando que sea armoniosa, bella y que eleve su personalidad. Citando el mismo poema de Walt Whitman que citan en la película, "contribuir con un verso" al "poderoso drama" que es la educación y el proceso formativo de cada uno de ellos:

"That the powerful plays goes on, and you may contribute a verse

Y yo, como he mencionado en alguna ocasión en este blog, tengo la esperanza de conseguirlo

con palabras que sean, a un tiempo

suspiros y risas, colores y notas. 



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