Sobre la educación inclusiva

Uno de los puntos más sensibles que tocan las leyes de educación es el tema de la educación especial. El Plan de Acción para la pasada década del Ministerio de Educación contemplaba como décimo-segundo objetivo la "educación inclusiva, diversidad e interculturalidad: derecho a la diferencia sin diferencia de derechos", y concebía el aula como un espacio que debe ser el relejo de nuestra sociedad, que es diversa y multicultural, y propugnaba un modelo de escuela inclusiva en el que se prestara especial atención a la diversidad funcional y las necesidades específicas asociadas, sobre todo, a la diversidad: el objetivo es que la escuela sea un sitio donde se pueda atender al 100% de las necesidades de los alumnos y un espacio de socialización equivalente al "mundo real".

Aunque en la teoría suena muy bien y es muy probablemente el ideal al que deberíamos tender, en la práctica, y tal como está siendo planteado en la ley, se traduce en un menoscabo importante de los recursos de los que esas familias con niños con discapacidad dependen y que han estado reivindicando durante tanto tiempo. Si bien es cierto que tenemos que luchar por hacer que la escuela sea un lugar cada vez más inclusivo, no me parece que el cierre de centros de educación especial que se propugna desde ciertos sectores de la sociedad sea el más beneficioso ni acertado.

Desde esos mismos sectores se nos dice que el modelo de "escuela de educación especial" es una forma de segregación. Nos han llegado a decir que llevar a los niños discapacitados a ese tipo de centros es similar a "cuando hace 50 años las familias escondían a sus hijos discapacitados para que nadie lo supiera encerrándolos en asilos y psiquiátricos" (cita literal que he oído yo misma). Hablar en esos términos me parece capcioso, injusto y directamente perverso. Es un atentado contra todos esos padres que, sabiendo y conociendo la situación y las necesidades de sus hijos, actúan en consecuencia y se esfuerzan por darles la mejor calidad de vida posible, igual que hacen el 99% de los padres de hijos "normales". Demonizar de tal manera una elección meditada y que prácticamente siempre nace del amor y el cuidado de los hijos me parece de una insensibilidad y una maldad que, por muy bien pensante o bien intencionado que se sea, no tiene perdón de Dios.

Que se pretenda dar una única solución a un hecho que, por su propia definición, es múltiple y diverso es absurdo y utópico. Y que la ley diga que solo "se tendrá en cuenta la voluntad de las familias que opten por la opción más inclusiva" me parece de juzgado de guardia. Se ríen de la gente adornando afirmaciones graves con palabras pseudo-democráticas mientras nos hacen creer que conocen mejor que nadie las necesidades de esos niños sin tener en cuenta, en ningún momento, lo que la familia y la gente que realmente está ahí, con los pies en el suelo, viviendo todas las situaciones reales día a día saben que se necesita en realidad. Hacemos oídos sordos al clamor de quienes piden ayuda y cerramos alternativas que necesitan y ya tenían mientras proclamamos a los cuatro vientos que nos preocupamos de sus niños más que ellos mismos. Sin contar con el flagrante abuso de poder y atentado al derecho de los padres a escoger la educación de los hijos que supone esto. Por muy en cuenta que se tenga "el mayor bien del menor", es evidente que la mayoría de las veces la elección de los padres no atenta contra ese bien, sino que lo busca con un mayor interés que el propio Estado. Faltaría más.

Por supuesto, no estoy insinuando ni de lejos que esos niños no deberían ir a clase con niños "normales", ni que el ideal de escuela inclusiva me parezca "desacertado", "malo" o "perjudicial". Por supuesto que sería muy beneficioso que nuestros niños, adolescentes y jóvenes crecieran conociendo la diversidad funcional y normalizando la discapacidad, para evitar ciertas aberraciones contra esos colectivos pasadas y presentes, que es una lacra que seguimos arrastrando. Pero quizá no todo ese trabajo por la inclusividad tenga que ser necesariamente llevado a cabo en el aula; quizá no es ni el único lugar, ni el más adecuado, ni el más preparado para desarrollar ese trabajo de forma exclusiva. Quién sabe. Lo que está claro es que, si bien es un ideal bueno, bonito, y por el que es necesario luchar, quizá no deberíamos limitarnos a eso y trabajar de forma global en muchos otros campos, modelos y propuestas alternativas y complementarias a la escuela inclusiva para que realmente los chicos crezcan conociendo e integrando esa realidad diversa.

Lo que intento decir es que pretender desde un despacho que se conoce mejor que nadie la situación de esos niños, y que todas son extrapolables y todas las necesidades son reducibles a un único modelo de educación es utópico, ingenuo y, por qué no decirlo, absurdo. Hablar de "educación común" y "diversidad" en la misma oración es, como mínimo, contra intuitivo.

No podemos cerrar los ojos a la realidad y pretender que el 100% de las necesidades de una sociedad diversa puede ser respondido por un único modelo de escolarización. Ni tener la pretensión de que conseguiremos el ideal de escuela inclusiva de la noche a la mañana, por muchos recursos económicos, materiales, infraestructurales, formativos y humanos que podamos tener (que, seamos sinceros, sabemos que ni tenemos ahora ni probablemente nunca). Luchemos por ello, por conseguir el ideal, y cada paso que demos será una pequeña victoria. Pero privar a la sociedad de las alternativas necesarias será una derrota de la que muy probablemente jamás podremos resarcirnos.

Y, sobre todo, recordemos que aquí lo más importante, el verdadero objetivo de nuestro interés, no debe ser un ideal o un modelo de escuela, o quien es capaz de encontrar la mejor respuesta, o la más inclusiva, la más categórica, a una cuestión plural, complicada y de múltiples soluciones. Nuestro objetivo es, y debe ser siempre, cada uno de esos niños, tanto en el ámbito educativo como en toda su vida, desde su mismo inicio y hasta el final. Sin miedo, sin límites, sin excepción.

Y sin excusas.




Comentarios

  1. Estoy de acuerdo con esto que dices, de hecho hubo bastantes quejas por parte de padres de niños con necesidades especiales. Detrás de todo esto de intentar la integración a toda costa, sin tener en cuenta las consecuencias, creo que tiene que ver con el miedo a ser políticamente incorrecto.

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